Han pasado ya veintitrés largos años desde que terminé mis estudios universitarios y aún tengo grabada a fuego una clase magistral impartida en el año 1992 en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. El prestigioso Catedrático de Derecho Administrativo D. Lorenzo Martín-Retortillo, Senador y uno de los padres de nuestra Constitución Española de 1978, nos iluminaba a los alumnos con una cuestión de suma importancia para los que entonces pretendíamos dedicarnos en un futuro no muy lejano al ejercicio de la abogacía: el proceso mental por el cual un Juez en el desarrollo de un juicio alcanza sus conclusiones para dictar Sentencia.
Al contrario de lo que los alumnos pensábamos o, quizás, deseábamos, según el Señor Martín Retortillo, ese proceso mental del juez comienza por adoptar su decisión – la que resuelve el conflicto jurídico – para acto seguido buscar la argumentación jurídica y valoración de la prueba practicada que se ajuste a su decisión inicial. El Catedrático nos contaba que todo ello se debía a los prejuicios particulares que cada juez tiene y de los que muy difícilmente puede desprenderse.
La tesis de D. Lorenzo Martín-Retortillo chocaba de plano con la idea de justicia imparcial que se tiene en las sociedades modernas. En este sentido, la diosa romana de la Justicia se representa normalmente sujetando una balanza con su mano derecha y una espada con su mano izquierda que simboliza el poder de la razón y la justicia, pudiendo recaer a favor o en contra de cualquiera de las partes que se someten a ella.
Pero quizás lo más característico de esa diosa de la Justicia es que se nos representa tradicionalmente con los ojos vendados, símbolo de que es ciega e imparcial, que no está expuesta a favoritismos y que en cada caso imparte su ley sin ver la identidad de las partes ni su poder o debilidad.
En mi opinión en el imaginario colectivo reside la idea de que cuando alguien acude ante los tribunales de justicia para dirimir cualquier tipo de conflicto jurídico, la resolución de su caso emana de alguna clase de poder divino que trasciende la mano del juez que dicta sentencia Sin embargo esa idea es sólo un espejismo y ya con el bagaje de la experiencia profesional acumulada hace tiempo que confirmé que la tesis de mi maestro es cierta.
Me consta que algunos de mis compañeros de aquella clase de 1992 llegaron a ser jueces y me pregunto si las palabras del profesor Martín-Retortillo incidieron de alguna manera en su modo de impartir justicia como jueces.